martes, 4 de septiembre de 2012

288- Fuego y demonios en las noches del verano mallorquín


“Yo vivo en una ciudad donde la gente se va a la oficina sin un minuto de más.

Yo vivo en una ciudad donde la prisa del diario trajín parece un film de Carlitos Chaplin, aunque sin comicidad. Yo vivo en una ciudad que tiene un puerto en la puerta y una expresión boquiabierta para lo que es novedad.

Y, sin embargo, yo quiero a ese pueblo tan distanciado entre sí, tan solo porque no soy más que alguno de ellos…”

“Yo vivo en una ciudad” letra y música Fabiana Cantilo

Suscribo cada palabra de las que emplea Fabiana Cantilo para describir la vida de nosotros, los porteños. Los que vivimos en Buenos Aires, tan cosmopolita y tan enorme no estamos acostumbrados al moroso goce de vivir. Ni en invierno ni en verano. Esa es, quizás, la primera lección que me han dejado las Islas Baleares: el disfrute. Y para ver si logro que me dure, por lo menos un tiempito, procuraré compartirlo con ustedes, mis lectores.

Porque he descubierto en estas vacaciones que muchos mallorquines, si no tienen motivo de placer (difícil viviendo en un lugar tan bello), se lo inventan, que para eso han creado “las fiestas” y tienen el santoral entero a su disposición. Ya sea para honrar a Santa Margarita, a San Blas o a San Antonio. O mejor, como en Campos, para honrar a la Virgen María durante toda una semana de agosto. Gigantes y cabezudos, carreras pedestres, cenas populares en las plazas, ball de bot. Bah, que durante esos días de celebración la gente se vuelca en las calles a vivir y a encontrarse con el otro por el simple placer de hacerlo. ¡Qué gozada!, como diría Ángela, mi sobrina.

Pero…como si la alegría fuera insuficiente, estos mallorquines también se procuran alguna emoción un poco más violenta. Algún sustito que les recuerde que el hombre está sometido a tentaciones y debe esforzarse por vencerlas. Por eso, también en todas las fiestas, aparecen los demonios en medio de los fuegos del infierno. Y ahí Mercedes y yo retomamos nuestra expresión boquiabierta como en la canción de Fabiana Cantilo. Porque los demonios y su fuego nos persiguieron por la isla, tanto en Campos como en el Pla de Na Tesa. Omnipresentes. Temerarios. Desafiantes. Con enormes cuernos de carnero y caras de malísimos. Echando fuego por la punta de sus afilados tridentes. Al compás de tambores que contribuían al espanto. Todos sabíamos que detrás de las máscaras se encontraba Juan, el panadero o Pedro, el dueño de la imprenta, pero era genial el desafío de enfrentar en esas máscaras nuestros propios demonios interiores con la tranquilidad de saber que detrás había algún amigo.

El plato fuerte venía a continuación. Un auténtico monstruo enorme. Mezcla de pez y dragón echaba fuego por doquier ahuyentando a todos a su paso. Corridas, gritos y alguna señora como yo protegiéndose de las chispas con el abanico en medio del calor de la noche mallorquina completaban las delicias ingenuas de la fiesta.

La verdad, amigos, en esos momentos me parecía que siempre había vivido ahí, que ese era el secreto motivo de este viaje. Descubrirme entre la gente. Encontrarme en costumbres que seguramente surgían del medioevo, como muchas de las casas de los pequeños pueblos. Saber si “pertenecía”. Mis demonios interiores así me lo susurraban en medio del batir de parches bajo el cielo cubierto de estrellas. En esos instantes fui una más gozando de un momento único.

Cuando el fuego cesó, y los monstruos volvieron a ser hombres, pude recordar que en Buenos Aires en vez de fiestas populares tenemos un tango, un amigo y un café para ahuyentar a los demonios. Y el regreso me pareció más fácil.

Sin duda, cada pueblo es sabio a su manera. Solo basta encontrar el fuego necesario para vencer los miedos.

Cati Cobas

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