domingo, 3 de noviembre de 2013

297- Como el "alpapuyo"

Como el “alpapuyo”

“Cerro color azul,
perfumado de azahar:
naranjales en mayo
y en primavera, los amancay.

Noches de Tucumán,
luna la de Tafí,
¿quién pudiera volverse
para los cerros? ¡Ay, ay de mí!”

Nostalgias Tucumanas,  de Atahualpa Yupanki

En este descubrimiento del Noroeste Argentino me hubiera gustado ser como el “alpa puyo”, “una nube danzante y pasajera que suele acariciar los cerros tucumanos”.

Sí, mis queridos lectores, apenas salimos de San Miguel de Tucumán, la hermosa capital de la provincia homónima, empecé a desear convertirme en parte del “alpapuyo”, según los Quilmes. Alpapuyo, de  “allpa”: tierra y “puhyu”: “poncho de la tierra”, un poncho vaporoso y etéreo de neblinas que sobrevolara la yunga que une Tucumán con Tafí del Valle.

Así, “alpapuyo” conmovido, hubiera podido pasar por el verdor inigualable de la Quebrada de los Sosa, sin que lastimaran  mi corazón los ecos de los años difíciles de nuestra historia, que tuvieron ese verde por escenario. Escenario en el que, paradójicamente, abundan los laureles. Hubiera podido percibir, amortiguados, tristes sonidos, que perviven prendidos en la enredada e impenetrable vegetación, en la esencia de una selva imposible de olvidar.

Eso sí, después hubiera querido transformarme en un  ligero y gozoso “alpapuyo”,  para llegar al lago El Mollar, con sus veleritos blancos enmarcados por el Aconquija y las Cumbres Calchaquíes.

Y deshacerme en amores, al tocar Tafí del Valle, sus callecitas pintorescas y su río pedregoso. Deshacerme en deseos de permanecer muchos días en ese lugar que me recordaba, con sus pircas, a los muros de roter mallorquines. Deseos de disfrutar de su clima y de su gente tranquila. Deshacerme, por fin, en antiquísimas historias de conquistadores y de indios dominados, pero enteros en las pinturas al estilo cuzqueño, que perviven, casi ocultas, entre blancas paredes y techos de cardón, en el Conjunto Jesuítico de La Banda (construido a inicios del s. XVIII).

Pero el buen Dios no me hizo alpapuyo. Solo mujer y modesta viajera. Parte de un numeroso contingente de agrupados y turísticos jubilados, conspicuos miembros de varios clubes ad-hoc lo que no es poco…

Termos, mates, órdenes y mandamases. Discusiones, enojos soterrados y murmuraciones varias. Riñones alterados, artrosis a mansalva, rezongos encubiertos y líderes dictatoriales, entre otras muchas delicias de la vida jubilar.

Lo que ocurría era que, aunque mi amiga Alicia y yo formamos parte de los beneficiarios del Pami, no nos sentíamos parte de tan agrupados contingentes, y bufábamos a más no poder, aunque en silencio, ante las dictaduras que implicaban los liderazgos de los Honorables Representantes de los diferentes grupos.

Pero si bien diosito no me convirtió en “alpapuyo”, como tanto deseaba, su piedad divina nos obsequió dos estupendas cómplices, que nos permitieron pasar, de Pimpinela, a integrar cuarteto digno de la Mona Giménez en uno de sus días bravos…

La tarde noche de Tafí, después de una encarnizada expedición cuesta arriba para apreciar la obra jesuítica en un paisaje delicioso, nos regaló un café de a cuatro con Luján y Magdalena, otro dúo independiente dentro del grupo, dos mujeres bonaerenses dedicadas a la educación, más jóvenes que nosotras, pero no tanto como para hacernos sentir fuera de lugar en su grata compañía.

Y la luna de Tafí ya fue cómplice de los dimes y diretes con los que pudimos, poco a poco, contrarrestar los avatares de la convivencia cotidiana, con nuestros aglutinados compañeros de viaje.

Los amancay de Atahualpa, sonreían.


Cati Cobas

2 comentarios:

Anónimo dijo...

hermoso¡¡¡te leo y me sorprendo...felicitaciones y gracias por haber compartido con nosotras esos hermosos paisajes..y momentos de excelente compañia.

CATI COBAS dijo...

Gracias a ustedes... Para nosotras fue muy grato conocerlas. Espero verlas en Buenos Aires o en Mardel...